PLAN C

Micropolítica de emergencia

En Mendoza hasta casi fines del siglo pasado, muchísimas casas tenían en su composición adobe, tanto así, como un 37%.

Las casas de nuestros abuelos eran de este material. El adobe es un bloque de tierra no cocida que se usa para la construcción, está compuesto por áridos y arcillas, además tiene fibras naturales o estiércol de caballo o vaca. En la actualidad se suele decir que estos bloques son de tierra cruda, refiriendo este término a todas aquellas construcciones que están realizadas con tierra sin que hayan sido horneadas.

Es una técnica ancestral que se repite en muchos lugares del mundo y que en América Latina se encuentra desde los pueblos originarios, es para nosotros Patrimonio intangible.

En Mendoza, como en algunos otros lugares del país, cada tanto la tierra tiembla y nos recuerda no sólo lo vulnerable que somos sino también que sobre ella andamos.

En 1944 sucedió un terremoto muy intenso en San Juan que destruyó gran parte de la ciudad, construida casi en su totalidad en adobe. Al año siguiente, en Mendoza se reglamentó la prohibición de construir con esta técnica de manera preventiva, pero también de un modo autoritario. El impulso de la época estaba signado por el Movimiento Moderno, Mendoza se renovaba y modernizaba. Para estos nuevos aires el adobe y la tierra eran cosa de los humildes y de la construcción improvisada. Así, y con el antecedente del desastre de San Juan, Mendoza reglamenta la construcción antisísmica dejando afuera la construcción con tierra, impidiendo a los profesionales construir, ampliar o modificar construcciones en adobe.

En enero de 1985 la tierra se hizo sentir en Mendoza y el terremoto fue tan grande, que muchas de estas construcciones de adobe se vieron afectadas, los daños abarcaron desde derrumbes hasta fisuras menores. El siniestro y la prohibición que regía, funcionaron como una encerrona para todos aquellos que eran propietarios de alguna vivienda en adobe.

La construcción en tierra requiere que sus revoques se encuentren en perfecto estado y esto demanda mantenimiento. Hecho esto, las condiciones de habitabilidad son excelentes. Pero si estas no se realizan, los muros pierden su capacidad portante y se vuelven vulnerables.

Prohibida la intervención sobre las construcciones que se vieron afectadas, el único paso posible era la demolición, incluidas aquellas que hubieran sufrido daños menores y sólo requirieran mantenimiento.

En los días sucesivos al terremoto, se inspeccionaron las edificaciones afectadas y, conforme esto sucedía, las personas iban perdiendo sus casas. Las calles cambiaron su fisonomía. Pequeñas montañas de escombros brotaban al costado de las acequias.

El estado nacional lanzó el Plan Sismo, que otorgaba préstamos a los damnificados para que reconstruyeran su vivienda. Es decir, demolieran la de adobe y construyeran su nueva casa con el reglamento sismo-resistente. Estos préstamos se hicieron extensivos a todo aquel que tuviera una vivienda de adobe, aunque no hubiere sufrido daño alguno.

Todas estas acciones políticas trajeron consigo la pérdida de gran parte del Patrimonio cultural tangible e intangible. No hubo traspaso generacional del saber del oficio y se demolieron muchas piezas arquitectónicas de valor.

Esta normativa sigue vigente a la fecha. Sin embargo, en algunas localidades, recientemente se han aprobado reglamentos que contemplan la construcción con tierra y plantean las condiciones técnicas necesarias para que la misma sea apta, como en San Carlos, Las Heras, Lavalle. En otras localidades, como Luján de Cuyo y Maipú, este tipo de normativas ya está en proyecto.

En la actualidad, el cambio climático nos interpela con urgencia. El accionar del paradigma moderno y un desarrollismo desenfrenado nos ha puesto en jaque y los pronósticos son aterradores. En este mundo globalizado e hiper-culturizado, en el que con un click todas las técnicas, estilos y saberes parecen encontrarse, muchas personas en búsqueda de soluciones sustentables, perciben la construcción con tierra cruda como una alternativa, puesto que no genera residuos, permite la autoconstrucción, propicia vínculos afectivos rizomáticos, microeconomías y menos impacto colonizador del terruño.

En aquella época en Mendoza llovía una vez al año, sólo en febrero, eran grandes tormentas con relámpagos que iluminaban el cielo de día y de noche, pero el resto del año no llovía nada. Hoy la mayor parte de las casas de nuestros abuelos ya no existe y en Mendoza llueve periódicamente.

Plan C es una acción simpoiética, es decir, un sistema producido de manera colectiva sin límites espaciales o temporales definidos. Cada uno de nosotres toma la posta con la lealtad de quien responde a la confianza otorgada y releva sin apego cuando es oportuno, para que “pensemos-con” de manera colectiva el vínculo estrecho entre ser, morar en la tierra, habitar y construir. Es una ecología de prácticas de la que participamos juntes.